Hoy se presentó en Sitges, bien pronto, la nueva película de Luis Tosar), recién agregado a la Brigada Policial destinada a encontrar las armas robadas (presuntamente) por los anarquistas en un asalto a un tren. Las concomitancias con Savolta son numerosas: el cómo el poder busca aniquilar los movimientos sindicales, el misterio que envuelve a los agentes ocultos (y similares) y el poder de las mafias suburbanas para controlar una ciudad siempre al límite del desborde violento.
De la Torre, que ya demostró buena mano a la hora de manejar el thriller asfixiante en la sorprendente El desconocido (2015), aquí busca crear una especie de Gangs Of Barcelona con suculentas dosis de violencia y acción sin dejar de desdeñar el retrato social y el dibujo de personajes esquinados. Es cierto que la película cuenta con el apoyo de Atresmedia, lo que otorga un colchón económico que la dotade suficientes recursos para que ésta resulte creíble incluso en sus momentos más inverosímiles -sin duda, la película abraza mucho más de lo que abarca-, y que el director otorga caligrafía mayestática a su puesta en escena, plagada de ostentosos planos secuencia -que no parecen aportar nada más que un colchón estético vistoso-, planos cenitales, travellings de persecución automovilística, etc… dejando claro que la ambición es fuerte, aunque los resultados acaben por resultar algo confusos.
Esa sensación de quiero-y-no-puedo se libera por momentos gracias a la presencia de actores capaces de soportar todo lo que se les eche encima: Ernesto Alterio, Manolo Solo, Vicente Romero o el propio Luis Tosar acaban por hacer disfrutable este Peaky Blinders cañí que, si bien es capaz de despertar interés y simpatía, tampoco deja una huella de alto calado en el espectador. Es un asunto recurrente en nuestro cine: el mejor thriller ibérico es el que surge de nuestras tripas y no tanto por querer parecerse a Martin Scorsese o Brian DePalma.

Por su lado Dan Stevens, un actor que nunca me acaba de funcionar) por recuperar a su hermana, secuestrada por una secta obsesionada con la sangre de sus . El corpúsculo social cerradísimo de la isla hace que el filme se acerque a The Wicker Man (1973) y, aunque se agradecen los intentos de Evans por dotar de elementos inquietantes que potencien el terror psicológico de la cinta, lo cierto es que uno acaba por echar en falta algo más de vida al asunto. Sus largos 130 minutos hacen que la acción se estire en demasía, pero la maximización del drama en detrimento de la violencia y el horror le roba mucha fuerza a una película que, a su cierre, acaba por dejar frío al espectador (al menos al que firma estas palabras).
