Hasta los ovarios
por Sara HerediaCéline Sciamma sobre la relación prohibida entre dos mujeres. Después ha crecido, ha trabajado con Cate Blanchett en Tár, con Kate Winslet en Lee Miller y ha dirigido largometrajes. Este viernes 14 de marzo se estrena su último proyecto, Las chicas del balcón, una rara mezcla entre terror gore y comedia con una marcada línea feminista que básicamente grita: estoy hasta los ovarios.
Una ola de calor azota Marsella. En los primeros minutos de Las chicas del balcón, una mujer maltratada asesina a su maltratador -su marido- en un momento de hartazgo. Temblando, corre a pedir ayuda a su vecina Nicole y, sentadas en su balcón, intenta tranquilizarla mientras pide ayuda. La trama después no se centra en ella, pero ayuda a asentar las bases de lo que quiere decir la directora: las mujeres son machacadas constantemente y, en este universo cinematográfico, van a luchar con uñas y dientes.
Las verdaderas protagonistas de la cinta son la propia Nicole, una escritora que intenta sacar su último libro adelante, y sus amigas Élise, una actriz que solo consigue pequeños papeles en producciones sin relevancia, y Ruby, una camgirl que disfruta abiertamente de su sexualidad. Una noche salen de fiesta y, por la mañana, Ruby llega ensangrentada y claramente traumatizada. Aquí es donde empieza el 'rape and revenge' que ha querido dirigir Merlant con guion de su vieja amiga Céline Sciamma.
Merlant es muy punk en su propuesta, muy libre en su alegato feminista y muy salvaje en sus acciones. Esto no es una crítica a la sociedad desde una posición sosegada como es Una joven prometedora si a Emerald Fennell, directora de ese genial filme, le diese completamente igual lo que el resto del mundo opinara sobre ella. La directora no se anda con reservas a la hora de señalar a los violadores como lo que son: unos criminales. De hecho, una de las mejores escenas de la cinta se produce cuando un grupo de violadores fantasma debate en el salón de las chicas sobre si son violadores o no y gritan las excusas que hemos escuchado hasta la saciedad -"ella lo iba buscando", "solo dijo que no al principio", "no soy un violador"-.
La historia se narra a través de los balcones. Las chicas pasan el tiempo en ese pequeño espacio al aire libre, mostrándose tal y como son, a veces desnudas, a veces riéndose demasiado alto, y siempre siendo vigiladas por vecinos del edificio de enfrente. Como en la vida real, son juzgadas por miradas ajenas -y masculinas- que terminan marcando su destino, por mucho que ellas intenten mirar hacia otro lado.
Las chicas del balcón no es una película redonda, pero es lo suficientemente libre y honesta como para tenerla en cuenta.